Una casita en el campo.
Tú y yo.
Y que se mueran
los grises adoquines de las grises aceras,
el tumultuoso veneno de edificios imposibles,
la marabunta de coches y sus pulmones contaminados,
los títulos de inglés, la infinita experiencia de tu currículum,
los papeles, los documentos, los impresos, los permisos, las solicitudes,
la tonta, pérfida, hipócrita e inútil silueta de la burocracia,
los trabajos basura, las normas, las reglas, lo normal,
que se muera el que abusa y se deja abusar,
que se muera el dinero en todas sus formas y rostros,
que se mueran los cerebros huérfanos de neuronas
que luego hablan con las mil lenguas de sus mil bocas,
el indeleble tortazo del ruido, los horarios inabarcables,
los vecinos amargados, los antipáticos sin causa,
que se muera la policía y su ineptitud natural,
los politicuchos con la cabeza llena de intestinos,
las trabas, los obstáculos, las complicaciones, las barreras,
los de extrema izquierda, los de extrema derecha, los extremos aunque
sean extremos de centro, los homófobos y racistas retrasados,
que se muera internet y las compañías telefónicas,
los ordenadores, las televisiones y los móviles que nos alejan de las personas,
la gasolina, la bolsa, el euribor, los bancos, los países,
las listas de admisión, los pases vip, los reservados,
la comida transgénica, los productos de belleza, los perfumes,
las lociones rejuvenecedoras, los putos liftings, las anoréxicas,
las modas, los roles, las tendencias, la ropa cool,
las paparruchadas elitistas que no le importan un carajo a nadie,
-por lo menos a mí-,
los marcos, los esquemas, los patrones, los modelos,
los yertos estómagos de los trenes, el ahogo comatoso del autobús público,
las fronteras, los peajes, los aparcamientos de pago,
que se joda la Guardia Civil y Franco de paso,
las compañías aéreas de bajo coste y sus aviones cutres,
los novios pesados y celosos, las novias plastas e insoportables,
el Mercedes, el Bmw, el Audi de tu puta madre,
que se muera el padre reloj y sus doce condenadas hijas,
el euro de los carritos de los supermercados,
el choped industrial marca Hacendado del Mercadona,
los niños pequeños de 36 años, las muertes gratuitas,
las matanzas por poder y la música de Pablo Alborán,
que se mueran las entrevistas de trabajo y las cuchillas de afeitar,
los requisitos, los protocolos, las formas,
la religión en todo el sentido de la palabra,
el escritor de la Biblia,
que se mueran los curas, las iglesias y toda esa panda de chafarderos impunes
sin ánimo de lucro que te hablan con una mano que pide,
que se muera el papa y que explote el Vaticano,
el oro que visten mientras luchan por la paz.
Que caiga una bomba y que se muera la vida,
que se muera todo.
Una casita en el campo.
Tú y yo.